¿Sufrimiento Inmerecido?
La explicación del mal inmerecido es quizás el reto más difícil al que se enfrenta la religión. De hecho, es normal oír argumentos como “Dios no existe, y si existe no se preocupa de nosotros”, o incluso “Dios tiene que ser un demonio por permitir tantas injusticias”.
Estos pensamientos han existido siempre, pues el ser
humano no suele encontrar justificación al sufrimiento injusto que existe en el
mundo. Y la religión siempre ha buscado la forma de justificarlo, lo cual no es
fácil. Estas justificaciones religiosas del mal se conocen como teodiceas.
Antes de seguir adelante dejaremos claro que este tema
solo se refiere al mal que no tiene ninguna causa aparente, descartando el mal
consecuente de acciones o decisiones negativas o erróneas. Es decir, nos
referimos solo al mal injustificado.
Las diferentes creencias y sus guías espirituales se han
esforzado mucho en poder explicar esta aparente injusticia, proporcionando todo
tipo de teodiceas, siendo todas de muy difícil comprensión para los no
iniciados en la espiritualidad. Ello ha provocado el abandono de la fe por
parte de personas a lo largo de los siglos. Por ello es de vital importancia
comprender el porqué del mal.
Vamos a analizar este tema en profundidad para intentar
arrojar luz sobre él:
¿Qué nos provoca el mal? Sufrimiento, todos lo tenemos
muy claro.
¿Y qué nos provoca el sufrimiento? En este caso la
respuesta es más complicada. Empezaremos estudiando la etimología de la palabra
sufrir. Esta evoluciona de la palabra latina suffere, que a su vez deriva de sub-ferre.
Sub- es un prefijo que significa “por
debajo” y ferre es un verbo que
significa “llevar, cargar o soportar”. Por tanto, “sufrir” significa algo así como “soportar por debajo”, “cargar
por debajo” o “llevar por debajo”, refiriéndose “debajo” a que se lleva de
forma oculta. Es decir, sufrir quiere decir “cargar algo de forma oculta hacia
la vista de los demás”. Esa carga puede ser ira, pena, miedo o cualquier otra
emoción negativa.
¿Qué podemos hacer para dejar de cargar algo? Ahora la
respuesta es bien sencilla: soltar,
pero en la práctica no es tan fácil.
¿Qué hay que hacer para soltar? Imaginemos que vamos
cargando un tronco que hemos encontrado para llevarlo a casa, porque queremos
usarlo para nuestra chimenea. Después de cargar un buen rato con el tronco
estamos cansados y empieza a anochecer. Por una parte tenemos las ansias de
llevar el tronco a casa, pero por otro lado el cansancio cada vez nos agota
más. Nuestro cerebro tiene que decidir si seguir cargando o rendirse ante el
cansancio y soltar el tronco. El sufrimiento de la carga es cada vez mayor, y
al final nos rendimos y soltamos, notando inmediatamente alivio al dejar de
hacer fuerza.
Pues con las cargas emocionales ocurre igual, estas
cesarán en el momento en que nos rindamos ante ellas.
¿Y qué es rendirse? Es aceptar que no podemos hacer nada
contra esa carga y es absurdo seguir luchando contra ella, por lo que lo más
inteligente es soltarla. Se trata de una decisión acertada y buena para
nosotros, que nos beneficia.
¿Qué sacamos entonces del sufrimiento? Aprender a aceptar
las cosas, es decir, aceptación.
La aceptación es una base importante de la felicidad, y
aprenderla nos hará más felices.
Por ello podemos decir que el sufrimiento nos está enseñando
una de las claves para alcanzar la felicidad plena, y no cesará hasta que lo
logremos.
Por tanto, el sufrimiento es temporal y necesario para
ser felices para siempre.
En algunas creencias religiosas se ha justificado el
sufrimiento inmerecido con los errores cometidos en vidas pasadas, lo cual se
llama karma, en otras se justifica
con el pecado cometido por nuestros
antepasados, Adán y Eva…Sea como sea, en cualquier caso, una vez superado el
sufrimiento la persona crecerá en espíritu y estará más cerca de la felicidad,
lo cual es válido y encaja perfectamente con todas las creencias, pues la
felicidad eterna es el objetivo.
No podemos terminar sin mencionar la importancia de la fe
para superar las adversidades. La fe aporta apoyo y esperanza, y
consecuentemente la paz.
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