El Tronco Común
Imaginemos un árbol. Este se nutre por sus raíces. Por su tronco viaja la esencia pura que lo alimenta y sustenta, además de que dicho tronco sirve a su vez para sostenerlo, siendo su estructura o soporte principal.
De este tronco surgen las ramas, todas alimentadas por la
misma esencia pura, tanto es así que su composición interna es exactamente la
misma que la del tronco. Pero a la vez, cada una de las ramas tiene una forma
propia diferente a las demás. Es decir, cada rama es única e irrepetible, pero
sin embargo, la composición de todas es igual y todas se alimentan del mismo
tronco y de la misma esencia pura.
Podemos afirmar que se trata de una gran maravilla de la
naturaleza, pues parece increíble que teniendo todas las ramas la misma
composición química, incluso el mismo ADN, sean a la vez todas diferentes entre
sí.
Esta misma interpretación la podemos hacer también con
todos los seres del Universo. Por ejemplo las piedras, las estrellas o los
humanos. Todos tenemos la misma composición química, la misma esencia, nos
alimentamos de la misma tierra y todos somos diferentes a la vez.
¿Y qué ocurre con la religión? Pues exactamente lo mismo.
Todas las creencias se alimentan de la misma esencia pura y divina, se apoyan
en la misma realidad sentida por la Humanidad desde tiempos inmemoriales, pero
sin embargo, interpretada por cada persona de una manera única y diferente. Y
al igual que un árbol es bello porque sus ramas son diferentes, esa variedad de
interpretaciones suponen la base de la gran riqueza y belleza cultural de la
Humanidad.
Antes de la invención del telescopio, unos veían las
manchas de la Luna como llanuras y otros la veían como mares, pero eso no es lo
importante, lo verdaderamente transcendental es que todos vemos la Luna y, por
tanto, esta es una realidad.
No importan las formas, lo auténticamente importante es
el fondo, porque ese fondo es la clave de todo y la base de la verdadera
felicidad, la que no decae con el tiempo.
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